viernes, 9 de julio de 2010

Manos que mitigan el absurdo del maltrato

Manos que mitigan el absurdo del maltrato
Marcelino Serrano le muestra a los animales abandonados el mejor rostro del ser humano

Vídeo: Puerto Rico Solidario Por Melany M. Rivera Maldonado / Especial para El Nuevo Día

Mientras Marcelino Serrano baña, atiende y pasea los perros rescatados por el albergue de la Sociedad Protectora de Animales, en Guaynabo, ve cómo otras personas los abandonan cerca del lugar. Desde el carro que se estaciona lejos y lo deja en la calle, hasta el hombre que le indica que sostenga al perro “en lo que busca algo” y no vuelve, sus historias parecen no terminar.

“Y los perritos se quedan allí, como esperando a que vuelvan por ellos”, relata Serrano.

Viaja de lunes a viernes desde su hogar en Carolina para encargarse del cuidado de los animales que permanecen en estrechas perreras hechas con verjas que se han oxidado con el paso del tiempo. Allí, cincuenta perros y gatos se recuperan de las heridas que provocan el abandono y el maltrato. Cabizbajos, algunos lucen desconfiados. Otros no paran de ladrar y mover la cola al reconocer su voz.

“Es como si una persona estuviera confinada. Me los llevo al patio para que se sientan libres y ellos son agradecidos”, dijo. Sin la labor de los seis voluntarios fijos que dedican su tiempo a ayudar a la Sociedad, los perros tendrían que pasar más tiempo encerrados. Es que el tiempo no les da a los 25 empleados del refugio para atender la clínica de esterilización y recibir cerca de 190 animales que llegan a diario.

“La labor voluntaria viene a cubrir áreas que se quedan rezagadas. Ellos les dan cariño y están más pendientes a estos animales que lo necesitan”, indicó la encargada del Programa de Hogares Temporeros, Nancy Holvino, esposa de Serrano, quien llegó allí junto a él como voluntaria hace dos años.

Jugar y ganarse el cariño de los perros ha sido el servicio voluntario de Serrano desde entonces. En ese tiempo, los ha visto llegar e irse. Algunos se van con alguna familia que les adopta. Los que pasan tres meses sin encontrar quién se haga cargo de ellos son trasladados a albergues en Estados Unidos, en la permanente espera de una caricia.

“De esos hay unos que se me quedan en el corazón”, afirma sobre perros como Bambi, que llegan al lugar con golpes y temerosos de las personas. La perra negra y marrón, que aún permanece allí, lo busca en cuanto él abre su jaula. Brinca y busca las manos de Serrano, que le habla como si fuera un ser humano más.

Él, retirado luego de trabajar como cocinero durante 31 años, dedica cuatro horas diarias a este servicio. Su mayor frustración, confiesa, es ser testigo de personas que no asumen la responsabilidad que representa tener o encontrar una mascota. “A veces yo miro y pienso que el collar lo debería llevar la persona que tiene una mente tan chiquita para no ver el sufrimiento de un animal”, expresó.

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