viernes, 4 de febrero de 2011

Cuando las mascotas ya no están

Cuando las mascotas ya no están

Juan David Escobar Valencia
Por Juan David Escobar Valencia | 17 de enero de 2011

"¿La gente viene al mundo para poder aprender cómo vivir una buena vida, cómo amar a los demás todo el tiempo y ser buenas personas, verdad? Bueno, como los perros ya saben cómo hacer todo eso, pues no tienen que quedarse tanto tiempo con nosotros". Respuesta de un niño de seis años a sus padres que se preguntaban por qué la vida de las mascotas tenía que ser más corta que la de los humanos.
Hace unos meses, Fito, mi gato y mi mejor amigo, se fue para "el cielo de los gatitos", como dice mi sobrino Felipe de 4 años, y yo no estoy seguro si siquiera al de los gatos entraré cuando recuerdo su mirada mientras le ponían la inyección para "dormirse" que yo tuve que ordenar. No me recupero del todo y la verdad no quiero hacerlo. Todavía se inundan mis ojos al pensarlo y el teclado de mi computador lo sabe, pero también se me infla el corazón y mis ojos, cada vez más pequeños, se cierran cuando sus recuerdos me hacen reír.
No había querido escribir sobre esto, por lo personal, doloroso para mí y porque me parecía un atrevimiento con los lectores de esta columna, pero la petición de una amiga, cuya familia acaba de tener que dejar ir a su perrita "Boo", aunque solo los acompañó unos meses, que parecieron décadas por lo que provocó en sus almas, me motivó a hacerlo.
Los que hayan tenido mascotas, saben que pocos seres son más agradecidos, especialmente aquellos animales que han sido desechados por otros o fueron maltratados cuando pequeños. En cuestión de lealtad, cariño, nobleza y entrega no somos los humanos la especie superior. Estos "peludos amigos" no calculan si somos ricos o pobres, siempre están para nosotros, no miden el tiempo, no llevan la cuenta ni nos sacan en cara nuestros fallos y olvidos, todos los días el mundo inicia con alegría, si es del caso se exponen a cosas y seres muchas veces más grandes que ellos por nosotros, no fingen; sí, no fingen, son lo que son y todo ello lo ofrecen a sus amigos bípedos.
Y si esto fuera poco, las mascotas sacan lo mejor de nosotros y transforman a quienes tocan, endulzan al amargado, convierten en niño al envejecido, apacientan al intolerante o al caído, renuevan la capacidad de hacer sacrificios, forman a los que en unos años serán adultos, nos hacen volver a silbar y agacharnos, hacen sentir importante cada noche al que llega molido por la vida, y aunque nos obligan a cambiar los muebles más seguido de lo que hubiéramos deseado, lo que terminan renovando es el alma y de eso no venden en ningún almacén.
Todavía recuerdo al perro de un recolector de basura, montado en una carreta destartalada, tan sucio como su amo, pero con una cara de emperador desde lo alto de su "trono" de material reciclado, flaco de carnes pero rechoncho en dignidad, con una cara de orgullo que en pocos humanos he visto, feliz de estar al lado de su socio y batiéndose en duelo con todo el que se acercaba a la "riqueza" de su amo, sin preguntarse si era basura o no.
¿Cuántos amigos de este estilo tiene usted? ¿Cuántas personas pueden decir estas cosas de usted?
Todos los fitos y boos del mundo, estén donde estén, en otro mundo o con otra familia, no se fueron, viven en el nuevo nosotros que nació cuando llegaron a nuestras vidas, no importa si estuvieron unos meses o más de una década.

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